viernes, 22 de febrero de 2008

Historias de Cine( I ): El talento y la musa


En cualquier ámbito de la vida podemos encontrar, si buscamos un poco más allá de la superficie, historias apasionantes que, de tan intensas que son, nos influyen de alguna manera. Historias que nos alegran, nos entristecen, nos ayudan a superar un bache, nos cambian el cristal a través del cual vemos las cosas o, simplemente, nos entretienen, que no es poco. El Cine no podía ser menos.

Desde aquí me dispongo a contar, de la mejor manera que pueda, aquellas anécdotas o entresijos relacionados con el séptimo arte que, de alguna manera, traspasan la pantalla y nos llegan más intensas que la mejor de las escenas. Sin efectos especiales, sin engaños.

Se dice que el artista no es nadie si una inspiración. Ese alguien, o algo, le abre los ojos, le aclara las ideas, le hace ver las cosas de una manera única, le da a una ocurrencia cualquiera el carácter suficiente para que cobre vida y no termine, como tantas otras, en la papelera del olvido. Es, en definitiva, el lazo de unión entre el artista y su obra.

Para ningún artista es la misma, así como para ningún gremio. Para el cineasta puede ser un actor o actriz fetiche, una experiencia vivida o una obra anterior, para el músico un lugar especial o un antiguo amor, para el pintor, su modelo. Para el diseñador, como no podía se menos, la inspiración suele tener forma de mujer.

Situémonos. París, año 1954. La moda se respira en el ambiente, se palpa, se siente. La ciudad adora engalanarse para lucir su elegancia gracias a los talentosos diseñadores que aspiran a hacerse un hueco en tan competitivo mundo. Entre ellos existe un joven y prometedor creador de porte imponente, también tenía ascendencia aristocrática, que comienza a conseguir trabajos de importancia lanzando colecciones que asombran al publico ( y digo bien publico, pues este arte en esta ciudad es todo un espectáculo) y viste a actrices de renombre para sus películas. Su nombre, Hubert de Givenchy.

Un buen día Hubert recibe un aviso de que la señorita Hepburn estaba a punto de llegar a su estudio para elegir el vestuario de su próxima película. Sería muy difícil hacerle un hueco pues todas sus costureras estaban hasta el cuello de trabajo para poder lanzar a tiempo su nueva colección. Pero Katherine, la gran Katherine, era una grandisima actriz, una excelente clienta y un inmejorable escaparate para sus diseños. Evidentemente, accedió.

Cuando la señorita Hepburn se presento en su estudio la sorpresa fue mayúscula. No era Katherine la que esperaba con una encantadora sonrisa en el umbral de la puerta, si no una joven muy delgada, muy alta y frágil, con ojos de gamo, cabello corto, un sencillo pantalón, una pequeña camiseta, unas francesitas y un sombrero de gondolero con un lazo en el que se leía la palabra Venezia. Su nombre, Audrey.

No se puede negar que en un primer momento el propio Givenchy se sintiese decepcionado por no recibir la visita que el esperaba y le dijo a la muchacha que lo sentía, pero que no podía crear nada nuevo para ella, por las razones antes contadas. La bella muchacha, Audrey, le dijo que no importaba, que le enseñara lo que tenia en el taller. No tardo en elegir los vestidos que le gustaban para Sabrina, un traje chaqueta de lana gris, un vestido negro de cuello marinero con lazos en los hombros que ha hecho historia y un impresionante vestido blanco de fiesta. Le sentaban como un guante.

Givenchy accedió a ayudar en todo lo posible para la película y Audrey quedo impresionada y eternamente agradecida por la disposición del diseñador a ofrecer su apoyo. Fue incapaz de negarse, cegado por aquel encanto innato que dejaba su belleza en un segundo plano. La mujer que tenía delante era, por así decirlo, la razón por la que se tenía que dedicar a esa profesión. En otras palabras, su inspiración.

Y vaya como la aprovecho. Oscar al mejor vestuario por Sabrina, que recogió Edith Head sin darle ningún crédito, reconocimiento mundial y, lo más importante, un nuevo estilo, la definición de elegancia plasmada en las sobrias lineas que vestían a su musa. Un estilo 1000 veces imitado, nunca igualado. Eran uno solo, el diseñador y su musa.

Ella, siempre modesta, decía que cualquiera podría copiarle y ser como ella, que ella, sin todo aquello que la rodeaba, los vestidos y complementos carisimos, los peinados y perfumes, era una mujer cualquiera. Lo que ella no sabia era que, precisamente, esa modestia era una de tantas cosas que formaban ese encantador conjunto que inspiraba al gran Givenchy.

Pero más allá de todos los diseños,los recuerdos Parisinos de Sabrina, los little black dress de Holly y los abrigos de Charada, había algo más grande aún. Un imperecedera amistad, una relación de autentica devoción mutua.. Esa amistad paso a través de todas las etapas de sus vidas, el cenit del éxito, el retiro voluntario de Audrey, su etapa como embajadora de buena voluntad de Unicef y, finalmente, su fatal enfermedad.

En la navidad de 1992, cuando Audrey estaba ya muy enferma, Givenchy fue con ella y con toda su familia a Tolochenaz, a pasar las que, como todos temían, serian sus ultimas navidades juntos. Es increíble saber que, según sus propias palabras, esa era la navidad más feliz de su vida, pues estaba rodeada de seres queridos. Le habían diagnosticado un cáncer, pero no le habían arrebatado su encanto.

El día de navidad precisamente, Audrey subió a su cuarto a duras penas, pues ya estaba muy débil, y bajo con regalos para todos. Pero en esta ocasión no eran objetos comprados. En esta ocasión les obsequio con algo mucho más personal y cargado de significado, sobretodo dadas las circunstancias. Les regalo recuerdos. Objetos que ella había guardado con mucho cariño a lo largo de su vida y que tenían un significado muy especial, pues ella no era de conservar montañas de cosas, si no sólo aquello que ella consideraba imprescindible: algún guion, fotos, cartas, su Oscar, ect......Y entre todos ellos, entre todas aquellas cosas materiales capaces de contar una vida sin palabras había un abrigo. Un abrigo azul, para ser más exactos.

"Toma el azul, Hubert. Por que el azul es tu color"- fueron sus palabras que pronuncio con un hilillo de voz. Tras decir esto, lo besó y se lo entregó diciéndole: "Espero que lo conserves toda la vida". Hubert se llevó su tesoro abrazado a él y se le vio con el a los hombros por el aeropuerto de París, ese regalo simbólico con el que Audrey le agradecía todo lo que él había significado para ella tanto en el ámbito profesional como en el personal. Huelga decir que su huella es imborrable y que aún a día de hoy, si uno sale a la calle y tiene la suerte de cruzarse con una mujer verdaderamente elegante, se acordará sin duda de está magnifica pareja.



Pd: Siento haberos tenido tan abandonados este mes. ¡Un fuerte abrazo a todos!

Imagen: L'ange des enfants

2 comentarios:

octopusmagnificens dijo...

Feliz regreso y gracias por este gran artículo sobre la aún más grande Audrey.

Roberfumi dijo...

Muchas gracias compañero, me alegro de que te haya gustado ;-)